Como
vemos en esta sociedad cada
vez más cambiante, acelerada y despersonalizada, el encuentro con el otro y,
por extensión, el encuentro de uno mismo a través del otro no es tarea fácil.
Sin embargo, esta dimensión interpersonal es un factor común en los múltiples
modelos de madurez psicológica propuestos por diferentes autores. Carpenter,
desde su modelo de Competencia Relacional, hace alusión a la sensibilidad
emocional y la empatía; Smith destaca la importancia de la capacidad de
relación estrecha con otros; Allport establece como criterios de madurez
personal la relación emocional con otras personas, autoobjetivación,
conocimiento de sí mismo y sentido del humor, entre otros; y Heath, desde una
perspectiva dimensional evolutiva, hace referencia al alocentrismo como una de
las características fundamentales.
Desde
el campo psicoeducativo estamos viviendo un interés creciente por la llamada
educación emocional. Autores como Gardner (1995) a través de las Inteligencias
Múltiples y, más recientemente, Goleman (1996) con su concepto de Inteligencia
Emocional, han inclinado sensiblemente la balanza ante los aspectos emocionales
del individuo. La extensa obra de estos y otros autores (Pelechano 1984, Mayer,
Caruso y Salovey 1999) afirman con rotundidad que el éxito personal ya no
depende tanto de nivel de inteligencia lógico-matemática como de las
habilidades que el sujeto tenga para manejar contexto interpersonales.
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